martes, 19 de octubre de 2010

¿Y cuando la paz con uno mismo supone estar en guerra con el mundo?

A veces por la noche me despierto entre sueños. En la mayoría no sales tú directamente, sino que en medio de la nada una voz me dicta aquellas frases que recuerdo, y me despierto a las cuatro de la madrugada con tus gestos en mi memoria, con tus recuerdos en mi retina. A veces, por un momento siento el peso de tu cuerpo sobre el mío, pero me doy cuenta que sólo era una forma de excusar mi respiración acelerada del susto.


Entonces voy al baño, me echo agua en la cara y me miro al espejo, con una pizca de arrepentimiento por dedicarte tanto tiempo a ti, que si alguna vez pudieras soñar con algo, soñarías con ella. Entonces abro la ventana para tomar el aire, para que se me hiele la piel cuando entre en contacto el agua con la corriente de aire helada que sacude Madrid en octubre. Y me entran ganas de gritar tu nombre, de coger la puerta y salir a la calle, descalza en pijama e ir a tu portal, Dios sabe cómo a pedirte una explicación o un nombre. A llorarte en el hombro, a convencerte de que puedo perdonártelo todo. Pero cierro la ventana y me vulevo a dormir. Mañana será otro día.

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