lunes, 26 de noviembre de 2012

Abril aún me escuece

Hoy no estoy triste, ni enfadada, ni tengo quejas. Tengo la sonrisa con la que me has dejado y la sensación de que si Dios existiese apenas podría empezar a comprender cómo te echo de menos. Joder, ¡cómo te echo de menos!

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Buenas noches

Todas esas brillantes y malditas frases que se nos ocurren después de una discusión perdida deberían ser ilegales. Van a juego con la rabia que te hace revolverte contra ti mismo cuando repasas y te das cuenta de que no has dicho ni un cuarto de las verdades que tenías preparadas. Como si le hubieras puesto el silenciador al arma. Alguno de los síntomas de los que crónicamente escondemos todo lo malo debajo de la alfombra...pero cuando alguien pisa muy fuerte, el polvo se escapa por los bordes, alguien levanta una esquina, y ahí hay kilos de rencor y malas pulgas, de reproches y pequeñas mentiras que saltan por los aires y al final...no dices nada, todo vuelve debajo de la alfombra y lo poco que ha salido se mete rápido y mal. Y estas son mis "buenas noches".

No desconfío en vano

Hay cosas mejores que hacer con una persona que jugar al tira y afloja. ¿Las lecciones de paciencia a las que falté me las vas a dar tú en un curso intensivo? Porque tengo tan poca que a este paso soltaré la cuerda de la que me doy media vuelta y me marcho. Para cuando te levantes del suelo estaré muy lejos. Cerca, pero lejos; esa si que es una lección jodida de aprender.

martes, 13 de noviembre de 2012

Uno puede volverse adicto a cierto tipo de tristeza.

No tiene que ver con las lágrimas, es mucho más dulce, como una caricia con la mano helada. Es cruel, porque está todo ahí, y sin embargo por más que te sacudes no sale esa sensación de melancolía. Cualquier vidrio es bueno para contemplar fuera como si se tratase de una gran vista que se limita a todo lo que da vueltas sin solución por tu cabeza. Y para colmo, como si andar a oscuras y con una sonrisa que no es tuya no pareciera suficiente, haces el macuto y ya te aparecen con el billete de vuelta, con los días contados, con las fronteras puestas, con los techos bajos, con las puertas cerradas y con cantidad de planes deshechados, porque, ¿total, qué importa? Apenas nada. Y como no me apetece perder nada, de eso que alguna vez ya he perdido, echo a andar intentando no fijarme en si tus huellas van por el mismo camino. Uno puede volverse adicto a cierto tipo de tristeza, esa que vive en la gran duda entre "dejarlo" o "intentarlo un poco más".