martes, 22 de febrero de 2011

Nos estás metiendo en un lío.

Quizá sea eso que intento no permitirme. Quizá sea, literalmente, que me gustan tus manos tocándome el culo, o tus dedos enredados en mi pelo, o tu brazo apretándome contra ti para que no me escape de tu lengua. Probablemente me pone. Quizá porque entraba en mi clasficación de imposibles que no iban a ocurrir, cuando veía como calculabas los milímetros con la vista para no subir mucho más allá de mis rodillas. Y por eso no me guardo el sarcasmo. Lo sé, mi objetividad te hunde el momento. Mis razonamientos son como el gong en medio del rezo o la campana cuando aún te queda un tercio del examen. Mi lógica acaba con lo que tú llamarías la magia, yo es que ya sabes que no creo en eso. Tú siempre intentando convencerme de que da igual perder el tiempo y yo intentando enseñarte una y otra vez que no es el tiempo que pasemos juntos no es el que perdemos, sino el que viene después. E ingenua, o no tan ingenua sigo yendo a tu casa a que nos torturemos el uno al otro por pura necesidad. Que no es sino pizquitas de cariño que hemos sacado a base de luchar el uno contra el otro. Y cada día es más difícil decirte las cosas porque cada día estoy más hundida en este pozo que comunes mortales adolescentes se emperran en llamar amor, en esta obsesión; que aún me queda dignidad para no hacer de ella bandera y pasearla por el mundo como hacen los demás, porque sí, no quiero ser como ellos. Así que hagamos un trato, yo, aquí, ahora, me dejo besar, pero date media vuelta antes de que se me escape uno de esos, sí, ¿cómo se llaman? Ah, sí, un "te quiero".

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