viernes, 26 de junio de 2015

Cambiar, y cambiar, y cambiar mil veces. Hasta ser la persona de la que me enorgullezca cuando vuelva atrás.

No quiero ser un perro. No quiero seguir volviendo cada vez que me dan un tirón. No quiero pasarme los días intentando descifrar la vida de una desconocida, en lugar de la mía. Soy jodidamente afortunada de lo que tengo. De que alguien se asegure de que llego a casa. De que me esperen con una cerveza sin tener razomes. De que me acompañen a la ciudad de mis sueños. Todos tenemos derecho a construir, incluso cuando nuestros sueños pisan los de otros, o incluso cuando alguien cree que los sueños de los otros pisan los suyos, y se obsesionan. Dos palabras me darían toda la paz del mundo, por un momento. Las dos palabras que me dejarían pasar página.

Pero es que, a veces se te olvida, niña: que la vida la tienes que hacer tú, y nadie te tiene que dar facilidades. Llevas atascada tanto tiempo que se te ha olvidado mirar a quien te arropa. Se te ha olvidado vivir porque vives sin motivo. ¿Y si el momento es ahora?

Todo lo que sentiré cúando se me pase lo sentí aquellos cuatro días en aquella puta playa. Y se ha vuelto un símbolo, ¿sabes? Me preguntaba que era la playa, y la verdad es que no es nada salvo eso, una playa, completamente vacía, pero también todo lo que significaba.

Y cambiar, y cambiar, y seguir cambiando. Y equivocarse, mil veces si hace falta. Pero por favor, que no sigan siendo los mismos errores. Construir cosas sanas y justas. Vivir al margen del resto. Y que no sea por la cerveza, que tenga el valor de hacerlo de verdad.

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