Creo que nadie me ha querido nunca así.
Y me mata nunca disfrutar de nada demasiado por estar siempre mirando el reloj, porque nunca nada va a durar lo suficiente como para que me olvide de que a toda cenicienta le llegan las doce.
Prefiero no dormir contigo a dormir sola.
Y todos los domingos que te marchas tengo esa sensación. Como una enfermedad que mejora, pero al final, siempre recaigo. Cuando la enfermedad y la cura son lo mismo.
Un vacío que nunca acaba de llenarse. Ni cuando estás. Porque sigo sintiendo como vuelves a irte. Y pienso que aguantaré hasta el final, sólo por saber como se siente. Cuando vengas y ya no vuelvas a irte.
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