Ella va andando por la calle con un nuevo él; apenas un pasatiempo, un crucigrama, un polvo, una partida de cartas. Lleva botas altas, un abrigo tres cuartos con capucha ancha, que le tapa la cara. La reconoce por la forma de cantar por la calle, que como toda ella conserva la esencia, pero parece una mujer nueva. Tontea y se deja mimar pero cuando descubre su cara para sentir la nieve en la piel puede ver su mirada. No es Esa mirada, ella disfruta pero no ama.
Mientras analiza a la peculiar pareja, aún no se han dado cuenta de su presencia. Él también tiene una nueva ella, que también sabe interpretar miradas, que también sabe lo que es el recuerdo y que siente los celos hierviéndole la sangre en la tarde del cuatro de febrero. Se queda callada, piensa, se enfada, grita, llora, pregunta por una respuesta a por qué mira a esa, a quién es, por qué sonríe con su canción, que no se corresponde con la verdad, lo que el contesta no es lo que ella quiere oír. Razona, se resigna, pide tiempo y se va en el proximo autobús. Él, mientras, se va entre dudas a casa, pero no mira ni una vez atrás, no siente que haya olvidado nada en la parada. Mientras tanto, ellos ya estan en la cama, se ríen a carcajadas, disfrutan, se cansan, él se duerme y ella se queda mirando la noche, apenas una manta la envuelve mientras sale a la ventana. Y como en un presentimiento loco, una euforia controlada enciende el portátil mientras él se abraza a la almohada. "Hoy te he visto en la calle, tratas de parecer distinta pero sé que estas ahí, te he echado de menos."
"¿Por qué ahora?"
"Porque cuando estabas sola aun tenía la sensación de que me pertenecías un poco."
"¿Y ella?"
"Lo sabe. Se ha ido."
"Diez minutos. Donde siempre."
"¿Y él?"
"Está dormido, y no le debo explicaciones."
"Date prisa. Te espero."
Ella se acelera: coge la ropa tirada en el suelo y se la pone como puede, hace ruido, pero él no se despierta, busca un papel y un boli y rápidamente escribe que ha tenido que irse, va a cerrar la puerta cuando se acuerda de borrarlo todo y apagar el ordenador, se repasa la raya en el ascensor y cuando llega al portal se queda parada. Piensa en todo lo que ha trabajado para salir de ahí y si vale la pena caer, pero echa a correr antes de que el miedo le haga volver atrás. Odia llegar tarde. Y le ve, con el móvil en la mano, con una enorme sonrisa cuando ve su cara de velocidad y sus coloretes rojos. Si hay algo que decir se lo calla para besarla, para recorrer los trazos de su cuerpo, aquellos que jamás llegó a olvidar, su espalda por debajo del famoso abrigo, caliente, su piel clara. Le coge la mano, y la mira, pidiendo disculpas por todas aquellas desgracias, por haberla dejado sola. Pero ella le perdonó hace mucho, se le escapan un par de lágrimas, calientes en comparación a lo heladas que están las manos que las recogen.
-No puedo hacer esto.- confiesa ella.
-¿Por qué?
-Jamás volvería a confiar en ti.
Él se calla.
-Recupérala.
-El último beso.-pide él.
-No, ni tú me creerías entonces.
-Nunca te creí.
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