lunes, 4 de abril de 2011
Tengo 17 años y pocas ganas de estar triste, no tengo ganas de jugar a ser grande.
¿Qué quieres que te diga? Yo no soy así. Podría confesarte todos mis pecados, matarte a disgustos. Podría decirte que tengo, tenía, tendré otros planes. ¿Y qué? ¿Qué más da si cuando tú estás estoy contigo? Contigo. ¿Qué más te da lo que haga fuera? No voy a convertirme en algo que no soy por otra persona. Si te enamoras de una paloma que vuela, ¿seguirás enamorado de ella cuando le hayas atado las patas? No puedo decir las palabras por ti. No puedo concederte todos tus caprichos, no puedo estar a tu disposición. No soy un hombro para llorar, igual que yo no quiero el tuyo cada vez que me tropiezo. No me gusta que pidas disculpas cuando te mata por dentro el querer que te las pida yo. No voy a ser como los demás porque soy yo, yo. Aquí y ahora. Sabías lo que había, llevas meses sabiéndolo. A lo mejor llegaste tarde y te tocó el peor trozo del pastel mientras que tu amigo digería el más rico. A lo mejor tú crees en eso de que la gente supera las cosas y vuelve a ser igual. Nada vuelve a ser igual, nunca, se aprende y se cambia. Nos adaptamos. Cielo, puedo meterme en tu cama, pasarme por tu casa, puedo darte las buenas noches, pero aprende de una vez que no puedes empaquetarme y guardarme en tu bolsillo para sacarme y mirar de vez en cuando si ese bichito que acabas de capturar respira y no se ha ahogado aún. Si quieres algo "normal", búscalo en otro sitio. Entiéndelo ya porque estoy cansada de tus reproches, de tus malas caras. O te aguantas o te largas. Estoy por encima de los celos; son símbolo de propiedad.
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