lunes, 12 de marzo de 2012

רחל

La oveja perdida, cabeza gacha y los ojos caídos, vuelve con el rebaño. Arrepentida mira como la miran las demás con desprecio. Agradecida se inundan sus ojos cuando el pastor le dedica un amago de caricia. Porque a las ovejas no se las acaricia. Le pregunta con un gesto si logrará perdonar la traición de su más preciada pequeña, de entre todas a la que mejor trató, de entre todas, a la que más quiso, de entre todas, la más celosa, la más peligrosa; y entonces es él quien quien se ve cegado por las lágrimas. Se desmoronó aquello que en el rostro de ella parecía una sonrisa, porque las ovejas no se sonríen, ante su silencio. Y es que él si podía callar, otorgando. Y dicho todo, él echó a andar, después de decirle bajito que aunque caminara entre todas ellas, aún tenía la oportunidad de demostrar que era, para él, y sólo para él, haciendo hincapié en eso, diferente.

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