No quiero que el verano se lleve nada, aunque conozco lo suficiente como para saber que si llega vacío el otoño, incumpliendo promesas desde el primer día se habrá demostrado que no hay estadísticas que se puedan maquillar, ni argumentos que se puedan inventar sobre lo falsamente equitativo que es este trato.
Lo bueno de estar mucho tiempo en un sitio es que lo conviertes en una casa. Una casa te permite caminar desnudo, en cuerpo y en alma...especialmente si tu casa es otro ser. Una casa te refugia, te protege, te da calor. Siempre puedes volver a casa.
Es estúpido el valor que le estoy dando a un objeto. Y ya no hablo de la casa. A veces hacemos que las cosas, caras, baratas, grandes o pequeñas tengan enormes significados. ¡Y así nos duele cuando las perdemos! ¡O cuando no llegan! Por eso sé lo tonto que será interpretarlo como una ausencia, pero qué quieres que te diga. Es un capricho, los caprichos acaban siendo importantes.
En definitiva. Estoy bien, me siento bien. Y como no sé qué hacer, soy tan sencilla de dejar que la decisión la tome una promesa, que si vence, será incumplida. Y nadie tiene que decirme lo tonto que es, y tampoco necesito que nadie me explique que si efectivamente no se cumple no tiene que ser directamente por una dejadez y una despreocupación totales. Pero sé, y es lo que me vale, que hoy estoy bien, que quiero estar así, que eso es importante para mí, que me lo prometieron, y que las cosas significan ÚNICAMENTE lo que nosotros creemos que significan, y nadie opina o debe opinar sobre eso. Y por eso, he marcado en el calendario el 23, casi con deseo de que llegue el otoño.
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