Y es que las cosas no pueden volver a ser igual cuando todos somos completamente diferentes. Dice que la gente no cambia tan rápido, pero se equivoca. He vivido cosas maravillosas. He escuchado palabras que harían temblar a la persona más fría, y he visto como prácticamente personas desconocidas me quitaban las lágrimas, a veces de pura alegría porque no podía gestionar tanta felicidad. Y eso te cambia. He visto cosas tan grandes que he tenido la suerte de aprender lo pequeña que es mi vida. Lo insignificante que es cada día en comparación con las cosas que pasan ahí fuera, y que a veces nos quedamos en casa abrazando nuestros miedos y nuestra negatividad, que nos las perdemos. Soy tan afortunada por la vida que tengo, por amanecer cada día donde lo hago, por estar sana, por viajar. Sólo de pensarlo se me eriza la piel, y es por eso que ya no me importa si no podemos acabar una película. Porque creo que es mejor dar gracias por tener alguien con quien interrumpirla.
Pero también puedo ver las cosas de otra forma. Y me han dado y he dado besos suficientes en mis pocas primaveras como para sentir cuando no son bien recibidos. A mí me encantan los besos. Y me encanta(ba)n los tuyos. Recuerdo con cariño cada uno de todos aquellos amaneceres con besos. Vivan.
Pero no es eso lo que tu extrañas. Y yo siento que soy más que un pedazo de carne distribuida de esa forma aleatoria y afortunada que te inspira enormes ganas de follar.
Quizá es la hora de ser esa fría zorra indiferente de la que todos se enamoran. Durante unas semanas fingí ser esa. Era otro país, otra ciudad, donde nadie sabía nada. Y sin embargo conocí a alguien que me miró, y me dijo tu no eres esa. A ti te han hecho daño, pero tú no eres esa.
Ya no tengo nada más que pedirle a la vida, salvo encontrar a alguien que me dé ganas de bailar esto. Y que no me parta el corazón, requisito indispensable.
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