Los últimos meses han sido un verdadero caos. Empezó a finales de año, el descontrol. En el fondo tengo algo de neurótica, me encanta controlarlo todo, pero aún me pone más cuando las cosas surgen solas. Lo que no soporto es cuando están paradas y yo no tengo opciones de hacer nada. El caso es que las cosas no van bien. No van mal, simplemente no van a mejor. Creo que estoy siendo más sincera de lo que me gustaría, el caso es que siento una soledad como nunca. Un vacío dentro cada vez que abro los ojos por la mañana que me deja seca un momento.
Y entonces se me ocurrió. Dejarlo todo. Y cualquiera que lo sabe me dice que es una huida pero yo no creo que lo sea. Simplemente me he equivocado aquí tanto que ya está fuera de mi control arreglarlo, y no soy muy de creer en la Divina Providencia. Volver a empezar. Esas tres palabras que me suenan a gloria. Y sí, habrá soledad también en la otra punta del mundo, y mucha. Y cuando quiera llamar a alguien para que me recuerde por que me marché las 15 horas de diferencia harán de las suyas y probablemente no coincidamos entre sueño-vigilia. La duda, la decisión va más por el tema del riesgo. No tengo el dinero, no tengo el trabajo, no tengo los papeles. Y conseguir dos de ellas me deja aún más coja de la otra. Y las cinco semanas son el tiempo que trngo, y no más, para saber si vale la pena ir, quizá fracasar y volver sin nada, salvo el rabo entre las piernas y 60 créditos pendientes o vivir otro año en esta jaula, aspirando a un futuro fijo, más tarde pero igual de lejos.
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